viernes, diciembre 16, 2011

UN DÍA CUALQUIERA

             Suena una música y abro los ojos intentando descubrir de dónde viene el sonido. Los cierro de nuevo, pero como la música no para al final tengo que dar golpes al azar hasta que ya no se escucha nada. Me siento y después me pongo de pie, meo y pongo un bol de leche dos minutos en el microondas y mientras me como unos cereales discrepo sobre si microondas debería o no llevar hache por estética.

             Fuera hace cien grados bajo cero, que son menos ciento cuarenta y ocho grados Fahrenheit, y mientras espero al autobús distingo tres o cuatro especies distintas de pingüino chapoteando en un charco helado. Intento leer pero se me caen los ojos y cuando intento recuperarlos el autobús ya ha llegado y como no me hacen falta me subo y llego a la parada cercana a la tienda. De camino no me ataca ningún tipo de caimán, aunque como es aún muy pronto decido fundirme en el mismo tiempo y espacio con el mobiliario, pero algo me golpea fuertemente en la cabeza aunque no es más que un villancico.

                 Entro en la tienda y digo Hola muy buenas y alguien me dice Hola muy buenas y alguien me repite Hola muy buenas y entro en la subcueva y me pongo un disfraz. Una señora me dice Chico y yo le digo Claro, lo que tú digas. Miro las paredes alejándolas y acercándolas a merced. Una señora me pregunta Tienen el último juguete de moda? y yo le digo No, pero ha probado usted a comprar un pavo congelado, clavarle la cabeza de una muñeca, coserle un pájaro muerto y ponerle manoplas a las patitas? y la mujer se me queda mirando y yo le miro a ella y ella me mira de nuevo muy seria y entonces masculla No, no se me había ocurrido... pero es una excelente idea, muchísimas gracias, a lo que yo sonrío y le digo gracias, vuelva cuando quiera. Coloca una caja y miro la hora. Son las once. Coloco una segunda caja y miro la hora. Son las tres. Así que me quito el disfraz y salgo y digo Adiós buenas tardes y alguien me dice Adiós buenas tardes y alguien me responde Adiós buenas tardes.

                De camino al autobús emprendo una dura batalla contra unos seres parecidos a los habitantes de la ciudad esmeralda del mago de Oz, y mientras cerceno sus diminutos miembros encajando a su vez los cortes que me hacen como buenamente puedo discurro si se llamaban Munchkins, o si esos eran otros. Acabo con ellos justo a tiempo, porque ya no me dan miedo. Una amiga me avisa que no puede quedar conmigo, y yo le respondo y hablamos de sexo aunque al final no tengo claro si hablamos de sexo o de magdalenas. Cojo al autobús y sube conmigo una vieja enorme, inmensa, gorda como un planeta con un centenar de papadas y la miro con asco y le digo Quiere sentarse usted y me dice No gracias guapo y yo la miro y pienso que para estar en los cuarenta no tiene mal tipito.

                Me bajo y vuelvo a mi casa, que hoy es una especie de cabaña gigante pintada en diferentes tonos de gris. Subo las escaleras hasta mi cuarto y me doy cuenta de que algún hijo de puta ha construido tres tramos más, así que miro el cuadro del payaso llorón  que esta mañana no estaba allí y se lo comento y él me mira y sonríe señalándome con los dedos en señal de comprensión. El fantasma de una chica guapa me susurra algo y yo le sonrío y lanzo un beso. Al llegar arriba, compruebo que mis dos conejos se han convertido en cerditos de guinea, e intentan montarse primero el uno al otro y luego el otro al uno. Meriendo una sopa de sábanas viejas con bolas de nácar que sabe como cuando ves en la calle dos perros apareándose, te sientes incómodo y desvías la vista pero vuelves a mirar y ya no puedes apartar los ojos.

                Enciendo la tele donde un hombre le dice a otro que por qué no está con ella y el otro le responde que no es tan fácil, aunque sí que es tan fácil. Cojo el mando de la consola y un tío con cara de gilipollas me dice que tengo que salvar a su puta madre y un dragón baja y me sopla las bolas. Otra amiga me avisa de que va a quedar y yo le digo que muy posiblemente no vaya y ella me dice que vaya y yo le digo que muy posiblemente no vaya y ella me promete hombrecillos de jengibre y yo le digo que voy. Hablo con la chica de la escalera y le digo Me voy y me dice A dónde y le digo Fuera y me dice Yo me voy también y le digo Adiós y me dice Adiós.

                De camino me encuentro un gato muy extraño con la cabeza del revés que me mira y me dice con su boca donde debería estar su frente Chist, oye, quieres perico? y yo le pregunto Que si quiero o que si tengo? y el gato me mira como si le estuviese tomando el pelo y durante unos momentos sopesa cortarme el cuello pero finalmente me perdona la vida. Cojo el metro y leo El guardián entre el Centeno aunque no es El Guardián entre el Centeno porque a mí me da asco Salinger aunque decirlo públicamente supondría el desprecio de los putos listillos que van de entendidos. Me duermo, me despierto, me duermo y me despierto. Hablo con mi amiga y le digo Dónde estás y me dice ve hacia el árbol y yo voy hacia el árbol y le digo Dónde estás y me dice ya voy.

                Llegamos a un bar y veo a otra amiga con un colega y un amigo suyo, y nos reímos y hablamos de seca manos y Bukowski y grifos y espuma y gafas y artes marciales y hacen una coreografía que sale a la quinta vez y tengo muchísimo hambre y al final paga Putin. Compro algo con queso Cheddar o Brie y me entero de que en Zaragoza no existe el queso Cheddar o Brie y si lo pides se ponen violentos. Los hombres de jengibre están mutilados, pero todos coincidimos en que es mucho más mi estilo y me como unos cuantos y me regalan unos cuantos más. Saben como a nubes en un prado sorbidas a través de una pajita.

                Nos movemos en carruajes y llegamos al siglo XVII, donde entramos en un saloon de prestigio así que sacamos nuestros monóculos y sombreros de copa y pedimos dos por uno por ocho euros, mixto, y nos dicen Vale pero si es mixto son nueve cincuenta, lo cual es absurdo y además se solventaría trayendo dos iguales, otros dos iguales, y si acaso uno mixto por nueve cincuenta, pero como estoy cansado prefiero dejarlo correr. Hablamos de autonomías y pintar con los dedos y de países y de padres de familia con cervezas en el metro a primera hora de la mañana y nos reímos y quieren ir a escuchar Jazz pero yo no puedo ir.

               De camino al metro creo ver donuts pero en realidad es un yonki con un cartón de vino y cantamos cumpleaños feliz y nos abrazamos y siento mucho no poder ir a escuchar Jazz pero ha merecido la pena el rato. Cojo el metro y leo El guardián entre el centeno aunque en realidad no es El guardián entre el centeno y un niño repta por el suelo y una rubia tiene el cuerpo lleno de hormigas y antes de terminarme el libro las puertas se abren y fuera hace trescientos cincuenta grados bajo cero, que en Fahrenheit son unos cuantos. De camino veo una mierda escalando una pared y al darse cuenta de que la miro para y me mantiene la mirada, y se hace un silencio tenso entre ambos hasta que paso por su lado y cuando me alejo resopla aliviada. Veo al gato que me ofreció o me pidió perico que se esconde bajo un coche, y justo al instante aparecen quinientos o seiscientos gatos más pero ninguno de ellos tiene la decencia de pedirme u ofrecerme ningún tipo de droga, cosa que agradezco. Veo una falta de ortografía y tengo muchas ganas de corregirla pero entonces veo un enorme pene negro sobresaliendo del muro y de la impresión se me quitan las ganas.

                Llego a mi casa, que ahora es una enorme caja de cartón con el sello de Seur y restos de celofán aquí y allá a medio quitar, y esta vez han construido sólo un tramo más de escalera. De repente comprendo lo que quería decir un amigo cuando una vez me contó algo en Julio del 2002. Los cerditos de guinea saltan entusiasmados a mi llegada, y yo cojo un puñado de ceros y unos y se los doy de comer. Oigo un susurro pero no puedo atenderle y entonces intento gritar pero nadie me escucha y creo que seguramente ha ocurrido una desgracia y alguien ha muerto y luego creo que seguramente no pero quizás sí. Hace como ochocientos mil grados bajo cero, que en Fahrenheit sería menos ochocientos mil cuarenta y pico, y me pongo el pijama y me acuesto y pienso que los suicidas son unos cobardes de mierda y que Bret Easton Ellis está bien pero Palahniuk le da mil vueltas.