MAMÁ MAMÁ, THE REMAKE
By Torke
- Mamá mamá, en el colegio me
llaman peludo.
- ¡Paco, el perro está hablando!
- ¡¡No soy el perro, maldita puta,
soy TU HIJO!! ¡¡Y todo es por culpa de tu herencia genética ZORRA DE MIERDA!!
El
niño encolerizado saca un cúter que guardaba en la chaqueta para defenderse del
acoso escolar y, desplegándolo con un sonoro tic taqueo, pega un tajo al cuello
de su sorprendida madre. Ella, asombrada, pretende gritar, más todo cuanto
sale de su garganta es un gorjeo gutural
acompasado de un largo y fino manantial de hemoglobina que tizna suelos y
paredes. Intentando tapar desesperadamente la herida con una mano, agarra con
la otra lo primero que logra alcanzar, una tostadora metálica que utiliza para
golpear salvajemente en la cabeza a su hijo, quien cae al suelo derribado.
El
niño, contrariado y furioso, aúlla como
un animal y utiliza el cúter para sesgar un profundo tajo en el talón de su
propia madre, haciéndola caer al suelo en un horrible graznido burbujeante. En
ese instante, el velludo chico salta sobre el pecho de su progenitora, blande
con ambas manos la cuchilla y, con brutal ensañamiento, comienza a perforar
cuello, cara, boca y senos de la mujer, que durante veintiún minutos lucha
histéricamente por su vida antes de morir. Su cabeza sigue subiendo y bajando
ya inerte con cada nueva asestada del chaval, hasta que cesa en su empeño por
puro cansancio.
Con
la última exhalación, el esfínter de la mujer se relaja encharcando el suelo de
la cocina de excrementos, convirtiendo el borde de la falda de su vivaz vestido
veraniego de cenefas plateadas en una suerte de manchas marrones que salpican
las baldosas.
Su
hijo, atónito ante la facilidad con la que ha dado muerte por primera vez, se
mira las ensangrentadas manos y ve su reflejo bañado en hemoglobina en el
tostador caído. Enloquecido, intenta arrancar la cabeza de la mujer con fuertes
tirones, culpándola quizás de su arrebato parricida. Más se da cuenta de que no puede, así que durante
los siguientes cuarenta y tres minutos el chico utiliza primero su cuchilla,
luego un cuchillo jamonero y finalmente sus propios dientes para desgarrar toda
la piel alrededor del cuello del cadáver hasta que sólo quedan hilillos de
carne y fibra. Finalmente, usando todas sus fuerzas, tira de la cabeza agarrándola
por los cabellos y cae al suelo sobre su trasero con ella en los brazos.
Risas
histéricas envuelven al pre púber, que deseoso de mostrar su trofeo sale con
ella agarrada al jardín, tiñendo de carmesí las gardenias y agateas que con
tanto mimo cuidaba ella cada tarde, después de prepararle la merienda. Durante
unos segundos echa de menos la memoria del pan untado en aceite y sal, pero
pronto olvida la imagen mental cuando se percata de que su vecina, la Señora
McFarland, le observa con expresión de absoluto terror. La anciana de ochenta y
cuatro años comienza a gritar de forma histérica y el chico, por ningún motivo
en especial, le grita "Zorra estúpida, asquerosa puta del infierno"
al tiempo que le lanza la cabeza cercenada.
El
miembro golpea en el pecho a la anciana derribándola entre alaridos, y el
chaval sale corriendo carretera abajo escuchando por doquier los gritos de los
vecinos cuando la sirena de un coche de policía interrumpe su huída.
- ¡Alto ahí! - irrumpe el detective
Morgan abriendo la puerta de su coche patrulla con el arma ya desenfundada, y
el chiquillo no puede sino escapar girando el rumbo hacia la parte trasera del
chalet desocupado de la familia Miller, que en esos momentos se encuentran de
vacaciones por Europa.
Morgan
corre tras el muchacho contrariado, sin saber a qué atenerse, sin comprender lo
sucedido, observando las sangrientas pisadas del niño alejarse. Pero el chaval sólo
puede avanzar unos metros antes de darse de bruces con el muro del garaje. Acorralado,
El chiquillo comienza a reír histéricamente mientras el detective le encañona
con el pulso tembloroso. En un estallido de risas, saca la cuchilla del
bolsillo de la chaqueta y da dos tajos al aire en dirección al policía.
- ¡Tira eso chico, todo va a
salir bien! - farfulla Morgan casi para sí mismo.
En
ese momento, el chaval se desabotona los pantalones, baja su ropa interior con
diminutas figuras de Mickey Mouse y, agarrando la punta de su fláccido pene con
una mano, asesta una tremenda cuchillada que desgarra por completo su miembro
viril. Intercalando aullidos de dolor y risas, lanza su cercenado pene al
policía, sorprendiéndole en una mueca de asco y horror. Sin proponerlo, Morgan
responde con un tiro al muchacho, que impacta en su pecho y le hace volar unos
centímetros contra el muro, antes de caer bocabajo al suelo.
Temblando
ante la escena, Morgan agarra estupefacto el pingajo sanguinolento que aún
colgaba de su chaqueta, y se acerca al infante muerto con pasos vacilantes. Con
los pantalones por las rodillas, y una grotesca mueca de diversión, el cuerpo del
niño hace movimientos espasmódicos y finalmente cesa todo movimiento. Morgan avanza guardando la pistola en su
cartuchera, se acuclilla hasta el cadáver, y roza con un dedo su espalda para
comprobar que está finalmente muerto. Toca entonces la espalda desnuda con la
mano entera y, sin saber por qué, comienza a acariciar el cadáver. Echando un
vistazo a sus espaldas para comprobar que nadie mira, Morgan desabrocha el
cinturón de sus pantalones reglamentarios. Sorbiendo sonoramente por la nariz e
hipando descontroladamente, con lágrimas recorriendo sus mejillas, el detective
Morgan viola el cuerpo del chico, arremetiendo una y otra vez contra el cadáver
caído. En cada embestida el detective siente cómo poco a poco el calor abandona
el cuerpo, y alcanza el clímax apretando el cabello del chaval contra el
pavimento.
- ¡Mira Cinthia, Papá ha vuelto!
- ¡Sí, Papá, papá, qué pronto!
La
pequeña hija de Morgan y su esbelta mujer, salen a saludar a la puerta de su
hogar cuando horrorizadas descubren el ensangrentado atuendo del detective.
- ¡¿Oh Dios mío, estás bien?!
Morgan
entra en casa sin dirigirles la palabra, entra en el cuarto de baño y cierra la
puerta con candado desde dentro. Evitando mirarse en el espejo del lavabo, se
desviste lentamente y entra en la ducha. Abre el agua girando únicamente la
manija del agua fría, apoya la espalda contra las baldosas de la pared, y se
desliza hacia la posición de sentado donde comienza a llorar abrazado a sus
rodillas. Su mujer golpea desesperada a la puerta acunando entre sus brazos a
la asustada niña.
Al
día siguiente, cuatro muchachos se reúnen alrededor de un periódico con
expresión consternada.
- No es posible que esto lo haya
hecho "cara-perro"... - masculla uno.
- Nosotros... no debimos... no
creíamos que algo así fuese a pasar.
Los
cuatro se miran y, sin mediar palabra, comienzan a llorar abrazados.
El
más pequeño de ellos moriría seis meses más tarde de SIDA.