jueves, noviembre 01, 2012

CAMINATA CON BRISA

      Despertó en aquella habitación con un ligero dolor de cuello que se le pasó al instante. Se acercó al baño, echó una buena meada, se aseó como buenamente pudo y volvió al cuarto intentando no hacer ruido. Cambió su camiseta por otra exactamente igual tras arrancarle la etiqueta, buscó un bolígrafo y papel y escribió "Gracias" junto a una carita sonriente. Se puso los zapatos, miró hacia atrás, recogió la etiqueta metiéndosela en el bolsillo y dobló la colcha de una manera y l
uego de otra. Salió caminando muy despacio y al cerrar la puerta de la casa intentó una vez más no emitir sonido alguno.

      La brisa matinal azotó su rostro. Hacía un tipo de fresco soportable que invitaba a caminar hasta el bus. Pensando en la noche anterior, cayó en la cuenta de que no tenía nada de resaca, pese a todo lo bebido. Se recordó bailando, riendo, dando botes, retazos de conversaciones surrealistas, un borracho lamiendo lascivamente una farola, a la chica del baño disfrazada de Alicia hablando sobre lo mucho que le ponían los tatuajes, al Barón de Samedi besuqueándole el brazo. Nada excepcional había ocurrido, y sin embargo se sentía realmente bien.

      Ahondó en esa sensación en el transporte de camino a casa, leyó a Ray Loriga hablar sobre Ziggy Stardust y cuando alcanzó su parada caminó despacio absorbiendo todo el oxígeno de la Tierra. Le apeteció escuchar una única canción que le diera buen rollo, y entre todas las de su lista de reproducción eligió "Fall back down" de Rancid. Resultó ser la canción perfecta. Subiendo en el ascensor se miró al espejo, hizo un estúpido bailecito y sonrió. Ya en casa se quitó la ropa, dejó las monedas, el reloj, las llaves y la nutria sobre la pila y se dio cuenta de que llevaba el papel que ponía “Gracias” arrugado en el bolsillo. No le importó demasiado, de una forma u otra acabaría sabiéndolo. Se metió en la ducha y dejó fluir el agua ardiendo sobre su rostro. Echó de menos su máscara de gas, recordó una canción de los Planetas y esperó hasta que ya no hubo más agua caliente, ultimando las gotitas antes de salir de nuevo. Volvió a mirarse en el espejo. Volvió a sonreír.

      Hacía muchos meses que no tenía esa sensación en el cuerpo, así que abrió la puerta de su laboratorio y se sentó en la silla de experimentos. Accionando unas cuantas palancas, las enormes agujas bajaron clavándosele en el cerebro, y poco a poco exprimieron el líquido goteándolo sobre el vaso de precipitados. Cuando hubieron terminado, accionó de nuevo las palancas y se las quitó de encima.

      A la tenue luz del laboratorio, el vaso brillaba en un color rojo realmente hermoso. Eran apenas unas pocas gotas evaporándose rápidamente mientras escribía, aunque sin duda lo mejor que había conseguido extraer en mucho tiempo. Así que le puso un corcho al vaso y se acercó a la despensa donde los guardaba. Entre todos aquellos frascos rellenos de un líquido negro y textura oleaginosa, apenas unos pocos brillaban en un tímido azul oscuro. Abrió por un instante el armario a sus espaldas y pensó en colocarlo allí, entre todos aquellos recipientes de colores vivos que aún refulgían con fuerza, pero se lo pensó mejor. Cerró aquel armario con llave y decidió colocarlo entre todos los oscuros, justo en el centro, donde podría resaltar con mayor intensidad el breve periodo de tiempo que la naturaleza volátil del líquido le permitiese existir.

      Y observándolo brillar de repente fue feliz.





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