sábado, agosto 04, 2012

La Vaquita del Olmo que trepó a mi prepucio

     Esta mañana he tenido una revelación mesiánica. Y sé que tú no vas a leerlo, porque cuando alguien ve más de dos líneas  en un post se aburre antes de empezar y pasa de leer. Es lógico, yo tampoco lo haría, menos a sabiendas de que soy yo mismo quien lo escribe. En cualquier caso, quiero hablaros de ello.



Hay una plaga en mi casa desde comienzos del Verano. Se trata de un montón de bichos alados, amarillos y negros, como escarabajos pequeños, de aspecto no especialmente asqueroso pero extremadamente toca huevos por la cantidad masiva de ellos. Sólo aparecen por la noche, y si los aplastas, huelen a PUTA MUERTE. Esa parte la averigüé casualmente al notar un picor en la oreja y aplastar sin querer a uno, derramando su líquido interno color amarillo fluorescente por toda la cavidad de mi oído.


     Bien, pues investigando, di con que estos asquerosos bichos tienen nombre y apellidos, específicamente Xanthogalerucella luteola. O como se la conoce normalmente, la "Vaquita del Olmo". No, no estoy de coña. Este puto bicho asqueroso que huele a rayos es llamado "vaquita del olmo". No se me ocurre ningún nombre más simpático y memorable para ser tan atroz, es como si a las cucarachas se les llamase "conejitos molonguays".



     Bien, pues esta mañana me he despertado y he visto una vaquita del olmo posada en el armario. Es un hecho bastante inusual, pues estos estúpidos insectos mueren siempre al llegar el día. Total que me he dirigido al baño para coger papel higiénico con el que matarlo, y ya viéndome allí, me han entrado ganas de mear y me he puesto al tema. Y entonces ha entrado una vaquita del olmo y me ha tocado la polla. No, literalmente. Por la ventanilla del baño ha entrado volando una vaquita del Olmo, ha hecho una grácil cabriola aérea y se ha posado en mi cipote. De entre todo el mobiliario del aseo, de entre todas las bombillas, de cualquier otra parte de mi cuerpo, la vaquita del olmo ha decidido plantar su decena de patitas en mi miembro. Y entonces yo, observando detenidamente al insecto cabalgar por los surcos de mi arrugado nabo, y sabiendo que la vaquita me devolvía la mirada, agitando sus estúpidas antenas, he tenido una revelación.


     Las vaquitas del Olmo sólo tiene una motivación en la vida. Dicha motivación es entrar en mi salón, plantarse en la bombilla, y morir achicharradas. Las hay que entran, revolotean de aquí para allá, buscando su sueño, y de repente dan con la bombilla, se acercan, y mueren. Las hay que entran directas, con el mundo a sus pies, sin titubear, y mueren al posarse sobre la bombilla. Y las hay que antes de llegar se llevan un hostiazo y mueren. Las vaquitas del Olmo son unos bichos tan gilipollas que ni siquiera intentan evitar que las mates. Si te acercas con toda la tranquilidad del mundo y le plantas el dedo encima, mueren. Te apestan toda la mano, dedo y alrededores, pero mueren.  Así que tanto da si alcanzan su vanagloriada luz, o si eres tú quien las mata vilmente, porque al día siguiente están siempre todas muertas. El resultado final es el mismo, la vaquita muere. Una achicharrada, la otra aplastada. Me atrevería a aventurar que es menos horrible la muerte por aplastamiento, pues al menos es rápida. Las que se posan en la bombilla suelen durar un par de segundos antes de caer a plomo sobre la mesa del salón, y el plato de comida que tengas allí en ese momento. Así que el sumun máximo de toda Vaquita, su momento de cénit total, es morir achicharrada. Me la imagino con lágrimas en los ojos, tocando finalmente la luz, sintiendo el calor en sus patitas, y muriendo acto seguido. De hecho, para mi es la muerte más cómoda, porque así no tengo que ir cazándolas una a una.



     Bien pues pensando en todo ello, miré a la vaquita que me devolvía la mirada sobre el montículo formado por las venas de mi tranca. Aquella transgresora Vaquita, aquella heroica adelantada, había alcanzado un cénit distinto, uno que no había sido destinado hasta entonces para su raza. Había cambiado su percepción del mundo. Ya no tenía que morir, o morir. Allí estaba, tocando la cima, presa del orgullo. Así que agité vigorosamente un par de veces mi manubrio, y lancé a la vaquita al interior del water, que en un remolino de orines feneció en una tumba acuática. ¿Por qué lo hice? Por MIEDO. ¿Y si esa vaquita volvía a su manada? ¿Y si les decía al resto de Vaquitas "Ey, escuchadme chicas, hay UNA ALTERNATIVA. No tenemos que morir cada noche. La bombilla es un FALSO ÍDOLO. la verdadera respuesta es UNA POLLA"? Seguramente el 99% de las vaquitas la mirarían como si estuviera loca, y se reirían de ella "¡una polla, dice, está loca!". Y muy seguramente la insultarían, y la repudiarían. Pero quizás alguna vaquita suelta, que había permanecido callada, con sus propias ideas, creían en las palabras de la Vaquita transgresora. Y muy posiblemente alguna intentaría probarlo, volar por alguna ventana y posarse en la tranca de alguna otra persona. Y cuando una vaquita, y otra, y otra lo hubieran hecho, la voz se iría corriendo. Y las vaquitas tendrían otro motivo para vivir. Y todos nosotros tendríamos Vaquitas del Olmo intentando posarse en nuestras pollas. Así que como las IDEAS REVOLUCIONARIAS son PELIGROSAS, la maté.


     Lo hice por el bien de nuestra raza, aunque no pretenda que se erijan estatuas en mi nombre, ni que se hable de mi en los libros de historia más que breves menciones a mi gesta. Pero al mismo tiempo, para salvar a mi raza, combatí contra todo aquello en lo que creo.


     Hoy he tenido que matar 20 Vaquitas del Olmo y recogido los cadáveres de otras doce o trece más. Pero de todas ellas ni una sola se me ha posado en el cipote.

1 comentario:

Anónimo dijo...

No sabes cuánto me ha gustado este post... pensé que me estaba volviendo loca porque estos bichos de mierda me están invadiendo y por fin he encontrado a alguien que la odia como yo y que se pasa el día recogiendo cadaveres...

Muy buen post, muy gracioso :)