viernes, junio 21, 2013

El Éxito

EL ÉXITO

     Batió fuertemente sus alas en la oscuridad de la noche, y entró a contraviento a través de aquella ventana bien iluminada. Pero una vez dentro las corrientes de aire enclaustrado se le antojaban anárquicas, así que se limitó a revolotear sin rumbo intentando hacerse con los mandos del vuelo hasta que, agotada, se posó en unas cortinas.

     No era más que una polilla. Velluda, de tonos grisáceos, alas burdas y carentes de ningún atractivo. Una polilla como tantas otras. Un feo animal a ojos humanos. Un incómodo huésped dentro de una casa a la que nadie había invitado.

     Una pieza hermosa y única entre las de su especie.

     Observando a su alrededor, cayó en la cuenta de que no se encontraba sola. Algunos insectos planeaban en la periferia, ajenos a su figura. La mayoría hacía zigzagueantes caminos. Otros parecían dar largos saltos para volver de nuevo al techo. Los últimos seguían trayectorias elípticas sin aparente estrategia.
Y, en el centro de todos ellos, aquel Dios dorado, un Sol brillante y hermoso, aquella magnífica muestra de hermosura que atraía inusitadamente su atención por encima de todas las otras cosas que en su corta vida había podido observar.

   La lámpara emitía un asfixiante calor que obnubilaba por completo sus sentidos, la misma poderosa atracción que parecía dominar a sus compañeros de habitación.
Entonces quiso hacerla suya.

     Se acercó penosamente a aquel Dios falso y planeó a su alrededor durante largo tiempo, impregnándose de su majestuosidad, pletórica de felicidad, ansiosa de deseo. Al poco venció su miedo y se aventuró a tocarla, y aunque el tacto le producía un terrible y abrasador dolor a sus alas y patas, no pudo ya dejar de rodearla.

    Pero poco le duró aquella sensación de gloria pues sintió al momento un profundo miedo a que aquel brillo le fuese arrebatado. Profiriendo tambaleantes vuelos, intentó asustar a todos los demás animales que pretendían acercarse a ella. Pero cuanto más empeño ponía en hacerles huir, más rodeado de insectos se hallaba la luz, ofreciéndosele imposible la tarea de aislarla de la influencia de aquellas criaturas.

    Enloquecida de dolor, la polilla se lanzó de frente contra la lámpara dando fuertes golpes que sacudían todo su cuerpo. Las quemaduras agujereaban sus alas. Las embestidas nublaban su mente. Apenas podía pensar en otra cosa que no fuera arremeter una y otra vez bajo un propósito perdido, contemplando aterrorizada a todos aquellos despreciables bichos rodeando su Diosa.

     Y cuando parecía que la última embestida le haría fenecer de locura, la luz simplemente se apagó.
Al principio la polilla quedó profundamente perdida. No sabía cómo actuar, ni qué hacer. Llevaba un largo rato ofuscada en realizar una tarea imposible e idiota, pero no había podido razonar con claridad hasta que aquel esplendor se había extinguido.

     Con la objetividad de la distancia pensó entonces en aquella luz.

     Y no le pareció gran cosa.

    Había cientos de farolillos colgados de cualquier lado al que se arrimase. Todo el exterior estaba poblado de luces tanto o más hermosas que aquella. Su brillo ni siquiera podía equipararse al de aquellas bombillas de Navidad llenas de colores que iluminaban la noche allí fuera.

     Y de repente la luz volvió, y con ella la locura por abrazarla.

     Porque aquella bombilla tenía un valor adicional que ningún otro candil podía ofrecer, el que la propia polilla le dio al querer hacerla suya.

     En ese momento supo que toda su vida servía a un único propósito, que viviría con terribles quemaduras y la certeza de la conquista, o moriría achicharrada.


     Mientras, alargando la mano desde el sofá, una chica apagaba y encendía el interruptor de la luz riéndose de aquella estúpida mariposa nocturna. No comprendía como aquel inmundo bicho podía ser tan estúpido. Se carcajeaba. Y lo hacía porque no sabía que, en algún otro lugar, alguien en ese momento estaba encendiendo y apagando el interruptor de la bombilla de aquella muchacha. 


2 comentarios:

Anónimo dijo...

¿Y que seria la vida sin luces cegadoras? ¿Es acaso mejor vivir en la comodidad de una oscuridad permanente, resguardados a la vez q aislados de cualquier deseo y de todo mal?

Dicen que el deseo es sufrimiento, pero el rollo frigido budista a mi me deja fria. Si estamos en este mundo es porque somos fruto del deseo, y por otra parte, sin el no seriamos nada mas que automatas lobotomizados... aunque con las alas integras, eso si.

Sin embargo, las alas estan hechas para poder volar, por mas que nos acabemos precipitando al vacio al pretender acercarnos demasiado a la luz.


Si algo es necesario en esta vida es poder volar. De lo contrario, ya estariamos muertos de antemano.

Torke dijo...

No sé quién eres, anónima, pero lo has clavado :)