miércoles, diciembre 05, 2012

¿CAUSA SU DUEÑO LA SOMBRA DEL GATO?


Calcetas era una gata persa de color parduzco. Su aspecto era especialmente gracioso, dado que sus patas, al contrario del resto del cuerpo, lucían un pelaje abundante de color blanco. Cuando tenía hambre, la pequeña gata de apenas un año de vida maullaba de una forma muy peculiar, que enseguida atraía la atención de sus dueños. Ellos, una pareja casada de mediana edad, atendían todas y cada una de las necesidades de la gata como si de una auténtica hija se tratase. Vivían casi como esclavos del animal, limpiando su arenero cada poco tiempo, reponiendo su provisión de agua, ofreciéndole chucherías mininas y regalándole ratones de juguete con cascabeles atados y rascadores enormes sobre los que subirse.

Calcetas no tenía nada de lo que poder quejarse.

Pero tampoco sentía gran aprecio por sus dueños.

Un día, la gata encontró una ventana abierta mientras la mujer de la casa hacía la comida.  Efectuando un sencillo salto, la pequeña gata huyó sin que nadie reparara en ella hasta el cabo de unas horas. Extrañados por el silencio, la pareja comenzó a llamarla insistentemente por su nombre, precedido de un "misi-misi" que siempre utilizaban cuando se dirigían a ella. Pero por aquel entonces Calcetas ya había recorrido gran parte del vecindario, e investigaba por entre los callejones lo que la vida del exterior le ofrecía.

Lo primero que tuvo que reconocer la gata es que el suelo allí fuera era mucho más duro. Las blandas almohadillas de sus refinadas patas se resentían después de llevar unas horas de caminata. Y allí fuera todo estaba muy sucio, tenía que parar cada poco tiempo a lamerse las zarpas, molesta por el color negruzco que iban adquiriendo. Sin embargo, siendo todo aquello una nueva experiencia para ella, se sentía instigada a seguir investigándolo todo. Libre al fin de su prisión hogareña, la gata recorrió varios kilómetros abstraída en su viaje.

Hasta que se hizo de noche.

Al caer la oscuridad, Calcetas comenzó a sentir hambre. No le costó mucho encontrar algo decente rebuscando entre los cubos de la basura, aunque sin duda la aburrida comida que le ofrecían en casa se le antojaba un manjar en comparación a esta. Y así, mal que bien, Calcetas se valió por sí misma durante unos días, en los que ni tan siquiera pensó una sola vez en volver por casa.

Hasta que se encontró fortuitamente con otros gatos.

Era un grupo de cinco felinos nacidos en la calle, hijos de gatos abandonados a su suerte durante varias generaciones. En cuanto la vieron pasar con sus ínfulas hogareñas, su mullido pelaje, no demasiado sucio en comparación, y sus torpes patas acostumbradas al suelo de interior, los gatos comenzaron a perseguirla. Asustada, Calcetas primero les miró de reojo, después aceleró el paso y finalmente intentó escapar a toda prisa trepando por las rejas de una casa abandonada.

Pero por supuesto le dieron caza.

Aquel grupo de gatos atrapó a Calcetas y por medio de mordiscos y arañazos la subyugó a su voluntad. Durante varios días, y por pura diversión, abusaron de ella tanto sexual como psicológicamente. A menudo desaparecían, escondiéndose a los torpes ojos de la gata que nunca había tenido que sobrevivir en la oscuridad más absoluta, y le hacían creer que era libre de nuevo.

Tan sólo para arremeter de nuevo con furia contra ella cuando finalmente planeaba el escape.

En otras ocasiones le traían de comer pescado en descomposición y todo tipo de inmundicias, que hacían que la gata pasase el día vomitando prácticamente incapaz de moverse.

A veces simplemente se sentaban a escucharla llorar, imitando sus maullidos a modo de mofa.

Aunque la mayor parte del tiempo se limitaban a aterrarla con su simple presencia, observándola, inmutables.

Al cabo de un par de semanas Calcetas despertó y, como tantas otras veces, se encontró sola, con la falsa impresión de poderse escapar. Esta vez, sin embargo, pese al terror inicial, descubrió que nadie la seguía. Bien es sabido que los gatos pronto pierden interés por cualquier juguete nuevo. Así que, al parecer, los cinco felinos simplemente se habían ido.

Calcetas salió de la casa abandonada, y pasó unos días asustada de su propia sombra. Apenas se atrevía a comer nada por si acaso los cinco gatos andaban cerca depredándola. Hacía trayectos cortos desde una salida del callejón a la contigua, siempre pegada a los muros, por lo que pudiera pasar.

Sin embargo, Calcetas nunca más volvió a saber de aquellos cinco gatos.

Cuando se hubo recuperado de salud, puso rumbo de nuevo a casa. Le costó encontrar el camino, pues ya casi había olvidado aquel olor tan característico que la envolvía. Le tomó una semana más dar con ella, pero finalmente una noche de hermosa Luna llena trepó por el alfeizar de la ventana que una vez usó para escapar, y se internó en la habitación de sus dueños.

Allí estaban ambos, dormidos, agitándose entre sueños. No se habían desprendido del arenero donde debía hacer sus necesidades, y cuencos de comida fresca se agolpaban a un lado del cuarto, por si acaso regresaba.

Así que Calcetas trepó hasta la cama, les observó durante largo rato, y emitió aquel maullido suyo tan característico para cuando tenía alguna necesidad.

Y acto seguido les asesinó uno por uno.

Abrazándose con todas sus fuerzas a la cara de su dueña, la gata permaneció agarrada a ella mientras la mujer daba amplios manotazos intentando desesperadamente tragar aire sin imaginarse qué le podía estar ocurriendo. Al cabo de unos pocos minutos, se desplomó inerte. Después, hizo lo propio con su dueño, que no había sido alertado en su profundo sueño. Esta vez encontró un poco más de resistencia, pues con el último aliento el hombre agarró su blando cuerpo fuertemente intentando desprenderse de ella. En vano, pues finalmente fue Calcetas quien salió victoriosa.

Efectuado el asesinato, Calcetas les miró con desprecio en los ojos. Habían sido ellos los culpables de su torpeza, holgazanería y debilidad. Nunca le habían enseñado a enfrentarse al mundo. Eran, a su modo, culpables de su tormento.

Y por ello fueron juzgados y sentenciados.

Así que, efectuando un grácil salto hacia la ventana, Calcetas abandonó de nuevo su hogar para no volver jamás.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Recién conocí tu trabajo y me encanto, muy buen escritor felicidades